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DE LA INDIGNACIÓN A LA LUCHA DE CLASES
Tras un tiempo sin actividad el Ni un Paso Atrás recupera el pulso. Desde nuestra última publicación en el mes de Abril hemos visto nacer, crecer y languidecer a un movimiento social meses atrás impensable en el Estado español: el movimiento de los indignados surgido tras las manifestaciones del 15 M.
Este movimiento espontáneo se presentaba ante las clases dirigentes como concreción del descontento de amplios sectores de las capas populares tocadas por la crisis económica, hastiadas por el régimen político y no representadas en las distintas organizaciones sociales y políticas.
Con independencia de las simpatías que pudiese despertar este movimiento que traía consigo aires renovados, aunque no nuevos, a la lucha de clases, los sectores más consecuentes de la clase obrera advertimos en todo momento del carácter espontaneísta y reformista que traían aparejadas, como no podía ser de otro modo dado el estado político de la clase obrera, las demandas de lxs indignadxs. Se advirtió ante la juventud y ante los sectores más avanzados que el “ciudadanismo” contempla a toda la sociedad como unidad de individuos, cuando ésta está vertebrada realmente por las contradicciones entre la burguesía y la clase obrera, el imperialismo y los pueblos oprimidos, el capital y el trabajo.
El civismo unitario, tan alentado por los mass media, convirtió la indignación en “estado de pertenencia” al Estado burgués sobre el cual el “ciudadano” se ve reflejado y por eso le reclama sus derechos. Se gritaba “no nos representan”, pero se pedía que nos representasen haciendo realidad los “derechos” de la clase obrera en la democracia capitalista, una utopía para nuestra clase, pues los derechos presuponen representatividad y ésta bajo las condiciones de la dictadura de la burguesía sólo puede ser obtenida por el capital y sus lacayos. Y rayando el absurdo vimos como ante los envites de los perros antidisturbios y las provocaciones de la Brigada de Información (los “secretas”, “judíos”…) la “respuesta colectiva”, aplaudida por el stablismenth, era el “pacifismo”, más bien pasividad; el señalamiento a los “violentos”, más bien colaboración policial; y el ataque a quienes portaban banderas anti-capitalistas, defendiendo a ese interclasismo que no representa más que un ataque directo a la organización de la clase obrera. No obstante todos estos momentos dubitativos del movimiento dejaron a las claras los límites de la democracia burguesa y el cómo ésta actúa sobre cualquier movimiento que pone en entredicho, aunque sea mínimamente, el orden establecido.
La indignación aun siendo sana en un principio, no atacaba ese precepto de derechos-representatividad bajo el capital y así muchos de sus elementos han sido ya fagotizados por la socialdemocracia y por el discurso estatalista y parlamentarista de las clases dirigentes. Un discurso oficial que muestra su capacidad para encauzar orgánicamente a los movimientos sociales que no están nucleados en torno a ideales revolucionarios y anticapitalistas, como prueba la rapidez con que los indignados hicieron suyas consignas reaccionarias tales como la gestión “técnica” del aparato estatal (corporativismo) o las medidas económicas de corte keynesiano (El estado del patrón gestionando directamente la economía capitalista para subsanarla). Hay que hacer madurar aquella indignación infantil, que permite al Estado burgués convertirse en padrecito, y elevarla en lucha de clases consciente que observe a ese estado como lo que es, una herramienta al servicio de la patronal y de la banca.
La clase obrera, la juventud antifascista y anticapitalista ha de deshacerse de ese viejo civismo para emprender tareas que surgieron hace ya mucho pero que siguen siendo nuevas: las de la organización en torno a valores antifascistas y revolucionarios, las de la lucha de clases consciente contra el capital y su Estado.
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