EDITORIAL DEL Nº 10 DE NI UN PASO ATRÁS, ÓRGANO DE DIFUSIÓN Y PROPAGANDA ANTIFASCISTA
La Paz Social por fin ha llegado, pero ¿alguna vez se fue? El tímido “Así no” que encabezó la huelga general de CCOO y UGT fue tan solo un anticipo del nuevo brindis al sol con el que se han deleitado sindicatos, gobierno y patronal. Supuso un guiño insinuante, un luego quedamos, una muestra inequívoca de que los sindicatos oficiales querían tema para poder gemir y gritar “Así sí”. Y vaya si lo han conseguido pues el pacto orgásmico entre Toxo y Zapatero, entre Méndez y Rosell, trae consigo unas más que embarazosas consecuencias para el proletariado del estado español: Trabajar hasta los 67 años; el cálculo de la pensión sobre los 25 últimos años cotizados a la Seguridad Social; la liberalización del negocio del desempleo a través del fomento de las Agencias Privadas de Colocación; las cláusulas de descuelgue de los convenios colectivos legalizando el incumplimiento de los mismos por parte de la patronal; la ampliación de las causas objetivas de despido para así abaratar las indemnizaciones, que en gran parte serán costeadas por el Estado a través del FOGASA…
Todas estas medidas, y las que están por venir (el Contrato de Primer Empleo o el fin del Salario Mínimo Interprofesional), son un ataque directo de las clases dominantes contra la clase obrera. Los burdos argumentos sobre los cuales justifican estos recortes los politicuchos y los autodenominados periodistas, como que vivimos mucho y trabajamos poco, han sido bien esclarecidos y desmentidos por organizaciones como la CNT en diversos documentos (Ver “El falso debate sobre la crisis del sistema de pensiones”). Referenciadas estas justas críticas a las reformas anti-obreras, nosotrxs vamos a centrarnos en algunos de los que por el bien común aprietan nuestras cadenas, los sindicatos.
Ni traidores, ni vendidos, hace décadas que son nuestros enemigos
El principal problema del proletariado en nuestro tiempo es que carece de conciencia revolucionaria y por ello de independencia política y orgánica, las cuales deberá obtener en incesante lucha contra la burguesía y todas sus formas de reproducción sociopolítica. Así, los proletarios arrastramos prejuicios burgueses que nos enajenan la correcta visión de la realidad material en que nos hallamos insertos. Y, por poner un ejemplo, nos conformamos con ver a los sindicatos oficiales como “unos traidores”, como elementos que son “malos” pero que podrían ser “buenos”. Pero para convertirse en traidores, los sindicatos deberían defender los intereses de la clase obrera, y eso hace décadas que es historia marchita del movimiento obrero del Estado español. Como mínimo desde que la Constitución de 1978 sancionó el “Estado social y de derecho” para que los sindicatos se integrasen en el bloque dominante, cogestionando la dictadura de clase de la burguesía y convirtiéndose en nuestros enemigos, en nuestros enemigos de clase.
El sindicato surgió en su día como unión de obreros para defender sus intereses económicos, lastrados ya de inicio por la reforma social: subidas salariales, mejoras sanitarias… mejoras sin duda alguna para los obreros, pero tan solo mejoras dentro de la esclavitud asalariada. Pues el sindicalismo nace como respuesta a la posición objetiva del proletariado dentro del marco de las relaciones de producción capitalista y solo se mueve en los espacios que esa misma posición le deja. El sindicato fue pues la primera herramienta de la clase obrera, pero estaba limitada por su marco económico y social. El movimiento obrero se desarrolla en una lucha constante contra la sociedad capitalista que le ha visto nacer. Y a comienzos del s. XX, superará desde distintos prismas y en diverso grado esta limitación inherente a la lucha económica: el anarcosindicalismo y el consejismo lo harán de forma contradictoria y más coherentemente lo logrará el marxismo-leninismo.
Esto provocará la escisión del movimiento obrero en dos grandes bloques irreconciliables: de un lado los reformistas que mantendrán como eje de sus luchas el sindicalismo y toda reforma política que mejore la situación del proletariado, pero siempre dentro de los márgenes de la legalidad burguesa y, sobretodo, de la producción social capitalista. De otra parte quedarán los revolucionarios que proponen que solo cuando el obrero rompa consigo mismo, es decir, que comprenda que sus intereses de clase pasan por eliminar su subordinación social y que ello solo puede hacerse desde la revolucionariación de las relaciones de producción y la destrucción del poder político y social erigido para mantenerlas, el Estado burgués. Es decir que el obrero no puede contentarse con la reforma que lo mantiene como obrero sometido al patrón sino que debe transformarse, elevarse como clase social, a sujeto y objeto de la Revolución.
Decimos que el m.o. se desarrolla. Pues mediante su experiencia en la lucha de clases contra la burguesía lo que en un primer momento fue su mejor arma, el sindicato, se convierte con el tiempo en su contrario, en arma de la clase capitalista. ¿Por qué decimos esto? Porque cuando el capitalismo avanza se convierte en un sistema económico mundial haciendo que las clases sociales, que las relaciones productivas, transciendan las fronteras nacionales y todo, la lucha de clases, debe ser observado desde el Mundo y no desde el Estado. Bajo estas condiciones nace la aristocracia obrera como sector del proletariado que se aprovecha de la posición de su país en la economía mundial. Esta capa social, difícil de concretar, hace de la reforma social su interés de clase y del sindicato, como vieja forma orgánica de los trabajadores, el mejor vertebrador de estos intereses junto al partido obrero reformista. Es decir que la escisión política de la clase proletaria (reformistas vs revolucionarios) proviene en origen de su división económica entre los obreros asalariados que sufren la dictadura de clase y los obreros bien retribuidos que participan de esta dictadura de la minoría contra la mayoría. Esta última clase utiliza las reformas para apuntalar su posición dentro del imperialismo, no por engaños de las clases dominantes, sino porque su situación es tal que para ella la dictadura de los bancos, de los policías, de los burócratas y de los patronos es realmente el Estado del Bienestar, mientras para la mayoría ese concepto es una broma de mal gusto que significa paro, miseria, explotación y violencia.
Una posición económica de privilegio, una línea de acción política basada en el reformismo y una conciencia imperialista y reaccionaria, tales son las características de la aristocracia obrera. Conciencia que vemos a diario en los informativos, en las universidades, en los centros de trabajo y como no podía ser de otro modo en el cine.
Apocalypse Now narra las hazañas del imperialismo norteamericano en Vietnam y en cierto sentido muestra como el “inocente” bienestar de la Metrópoli es una apisonadora que pasa sobre los pueblos oprimidos del mundo: A un grupo de militares yankees les encanta hacer surf. A su alrededor está la guerra y la muerte que ellos provocan, pero insisten en hacer surf por lo que necesitan construir una campana de cristal en la que disfrutar de un bienestar democrático sin que la realidad les moleste. Y ¿cómo lograr aislarse de lo que les rodea generando esa relajante irrealidad? Bombardeando todas las aldeas alrededor de la zona donde quieren surfear, es decir, que todo les vale para mantener su posición de privilegio y no les importa sobre quien deben pasar. Y esa es la moral imperialista propia de los sindicalistas liberados y toda clase de socialfascitas y chupatintas que parasitan libremente por nuestra sociedad: ellos no se plantean porque pueden surfear, tampoco les interesa. Solo quieren seguir haciéndolo y si para ello son necesarias guerras imperialistas o recortes de derechos pues ellos serán los primeros en utilizar los medios que alegremente la burguesía monopolista pone a su disposición para que se puedan cumplir sus intereses. En Apocalypse Now el pobrecito soldado imperialista utiliza napal para procurarse sus intereses. En las campanas de cristal de la Unión Europea la aristocracia obrera utiliza el corporativismo que desarrollan participando de la dictadura del capital desde sus puestos directivos en Cajas de Ahorro, en firmas de Convenios Colectivos, en los Pactos de Toledo o en los grandes Comités de Empresa.
Frente a estos elementos debemos poner la organización de la clase obrera y su unidad en base a la lucha por sus intereses en un nivel particular (en las luchas económicas) pero supeditado e insertado en un nivel general (la Revolución Social). Y para ello es indispensable señalar a quienes están del otro lado de la barricada, CCOO, UGT, USO…, pues la lucha contra el capital pasa por la lucha contra todas sus organizaciones que encuadran a las masas y las guían hacia el inmovilismo. Y a los primeros que nos encontramos es precisamente, a los sindicatos oficiales, que pretenden llevarnos como ovejas por el Eterno camino del reformismo, que no multiplica panes ni convierte el agua en vino.
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